Un género literario y un método de tratamiento psicológico respaldado por un cuerpo teórico en permanente desarrollo pueden, a simple vista, parecer muy lejanos. Sin embargo, si atendemos a cómo surgen en la mente del poeta los contenidos que logra transmitir como textos, por una parte, y por otra, cómo se configura en la mente del psicoanalista lo que interpreta del contenido inconsciente que su paciente le comunica, podríamos ver que el proceso creativo en ambas situaciones parece muy similar, tal como se aprecia en el relato siguiente.
Una psicoanalista se sienta a escribir sobre poesía y psicoanálisis.
Un poeta se sienta a pensar sobre poesía y psicoanálisis.
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La psicoanalista –antes de ponerse a escribir– piensa que, para quien lea lo que va a redactar, podría suponer un tremendo desafío, porque parezca demasiado complejo, y termine desestimando la lectura, así que se le ocurre que podría comenzar su escrito con algo así como que “resulta interesante imaginar todos los procesos neuronales que se activan en el lector de poesía”. Se detiene, se cuestiona: ¿y previamente, cómo fueron los procesos neuronales en el poeta al escribir su poema? porque escritor y lector pueden ser dos caras de una misma moneda –piensa–. Se da cuenta que está como una investigadora, como un investigador, que pretende explicar los fenómenos mentales desde la neurofisiología y recuerda sus estudios de la obra de Freud, de los primeros tiempos, de aquellos textos que los estudiosos llaman el “Proyecto de psicología para neurólogos”, en los que el fundador del psicoanálisis intenta explicar la psicología precisamente desde la neurofisiología de fines del siglo XIX. Le resulta apasionante enfrentar un mundo desconocido, tal como ahora se siente fascinada ante lo que podría surgir del teclado del computador que tiene ante sí –o el papel en blanco de antaño– que se irá llenando con lo que brote de su propia mente, transmitiendo sus ideas a otras personas; el “tremendo desafío” de ella se trata de cómo podrá alojar en la pantalla en blanco del computador, todo lo que más o menos sabe sobre el misterioso trasfondo funcional del cerebro. Piensa que tendrá que revisar muchos conceptos, por ejemplo, si “huella mnémica” –la forma como llamó Freud a los registros de las primeras experiencias– tendrá algún correlato conceptual actualizado.
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El poeta en su sillón, imagina que la cordillera que divisa tras el ventanal se acerca hasta entrar en la habitación, fundiéndose con la pared, como si llegara a constituir una gigantografía ante sus ojos. Se le ocurre la palabra gacela, gacela corriendo. Se emociona –y mucho– sin saber por qué. El pelaje beige del animal captura toda su atención, mientras piensa por qué ha de estar corriendo una gacela si no es porque va arrancando del depredador, que pudiera ser una leona o un león, que si la alcanza salta directo al cuello a enterrarle sus colmillos para derribarla; se quiera o no, la gacela es la presa del felino. Le parece muy cruento empezar por ahí el relato que le pidieron sobre poesía y psicoanálisis e incluso duda si podrá escribir algo. Entonces le aparece la frase “el mundo misterioso del café”, sin saber por qué, y le llama la atención que le emociona tanto como cuando se le ocurrió la palabra “gacela”. Le parece ver un cerro de café molido, recuerda su aroma, recuerda su viaje hace años atrás a un país caribeño. La exhuberante vegetación –además– encierra un misterio. Se le ocurre que la gacela al correr no esté arrancando de un depredador sino que podría estar participando de una suerte de cortejo de apareamiento con el “gacelo” que pudiera venir corriendo detrás. Se le viene a la mente la rima de Gustavo Adolfo Bécquer:
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.
Quizá el león que caza a la gacela es un hombre que se lanza a conquistar a una mujer –piensa–, ¿y el cerro de café…? Un aroma, una bebida, ¡deposiciones! No puede ser. Bueno –se dice– mal que mal, la poesía es un “producto” del poeta, tal como para el niño las deposiciones han de ser un regalo que se ofrece a la mamá, al papá cuando se está “educando los esfínteres” ¿No? ¡Mucho psicoanálisis! Exclama ante sus propias interpretaciones, que le parecen forzadas, artificiales, como queriendo reunir a la fuerza el psicoanálisis a la poesía, con hipótesis tomadas de la teoría, alejándose completamente de la emoción inicial que le provocaron la gacela beige y el cerro de café.
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A la psicoanalista le abruma la enorme cantidad de publicaciones, entre libros y artículos, que tendría que revisar para llegar a escribir su ensayo sobre poesía y psicoanálisis. ¿Y si dejo ir la mente? –se dice– tal como se hace en la Asociación Libre que sugiere a sus pacientes (“diga lo que se le ocurra, lo que pase por su mente, por más “nada que ver” o ridículo que le parezca”) y que conoce muy bien como método para acceder al inconsciente. Lo primero que se le ocurre es que más que pretender dar cátedra, más que tratar de aparecer como que tiene la llave del conocimiento, quizás tendría… “sería bueno” –se corrige para no imponerse el “tener que”– pensar en la práctica, en su práctica, con sus pacientes, ¿dónde está la poesía ahí, si es que la hay…?
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Al poeta se le vienen las palabras “rayo de luz” junto a una sensación lumínica como un destello que termina con la oscuridad. Cierra los ojos y se deja impregnar por la lluvia tropical de ese país que visitó hace un tiempo, por el aguacero que cae por las hojas de las plantas de café, como si él fuera una planta de café. Poesía eres tú, poesía eres tú… se repite una y otra vez. Bécquer le dice a la mujer que poesía es ella –supongamos que le habla a una mujer, piensa el poeta–. Bécquer la quiere conquistar. La gacela-mujer, cuando preguntó “qué es poesía”, se le estaba ofreciendo al “león” Bécquer, o gacela macho Bécquer, en un cortejo mutuo.
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La psicoanalista piensa que si ella está preguntándose dónde estaría lo poético en una sesión de psicoanálisis, se está preguntando por algo que surge entre dos –psicoanalista y paciente–, el producto de la relación entre dos personas, algo que pudiera ser equivalente a, que pudiera “representar” a un hijo o una hija simbólica de ambos, como “el fruto del amor” de una pareja. En la sesión misma, la interpretación que le da el analista a su paciente sobre lo que podría significar inconscientemente lo que el paciente acaba de decir, podría ser este “hijo”, tal como pudiera ser un verso, o una rima –deduce–, lo que querría decir que, visto en términos energéticos –”pulsionales” desde el modelo freudiano– si lo que moviliza la conducta, la “energía” que hace trabajar la mente es el deseo sexual –como pensaba Freud–, éste resulta satisfecho –simbólicamente, claro– en la interacción entre lo que dice el paciente y lo que le interpreta el analista: se “descarga” en ese momento la “pulsión sexual” de ambos –según cree ella que pensaría Freud–
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El poeta se acuerda del cerro de café y piensa en una taza humeante, con su contenido tan caliente que puede quemar a quien lo beba, y suelta una carcajada por la burda asociación con “la calentura” de la taza, es decir con el deseo sexual. Se da cuenta que también se le llama “comerse”, al encuentro sexual: a la gacela “se la come” el león o también la gacela macho “se come” a la gacela hembra en el eventual apareamiento. Se le viene Kavafis a la mente con su poema a Ítaca y piensa que lo trascendente no es llegar al destino sino “el viaje a”; lo que importa entonces es lo que Bécquer le respondió a la muchacha –más que el “apareamiento” como destino, sería el viaje lo trascendente– como si la muchacha con su pregunta hubiera invitado al poeta a “viajar” a Ítaca: una forma de conquistar, de seducir, una suerte de ritual de apareamiento, simbólico obviamente.
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La psicoanalista recuerda que Freud pasó luego a hablar de “pulsión de vida” más que de pulsión sexual. La pulsión de vida tiende a reunir, a juntar, y no a separar. Si el encuentro entre un/una psicoanalista y su paciente tiene algo poético, ha de ser aquello que los une –pensó–: Eros –se respondió– “sublimación” mediante, es decir desexualizada la pulsión –como planteaba Freud en lo que llamó “sublimación”–, es decir, ocupar ese monto de energía pulsional en una acción benéfica, al servicio de los demás –pensó– El modo, la forma, el camino; finalmente el “cómo” se empareja el poeta con las palabras en el acto de creación de un verso, sería también el resultado de la sublimación de la pulsión sexual, tal como el/la psicoanalista –ella misma– puede “captar” el significado inconsciente de las comunicaciones que le hace su paciente y responderle –emparejándose– con una interpretación para ofrecer a los dos, es decir a la dupla analista-analizando, una hipótesis sobre lo que estaría en el inconsciente del paciente, para que éste (o ésta), se conozca mejor y pueda así “corregir” interferencias, distorsiones; como quien diría: “reformatear” su disco duro.
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Pero, qué es “poesía” exactamente, se pregunta el poeta, dándose cuenta que está tratando de “analizar”, de “desmenuzar” –¿psicoanalizar?–, de traducir a unidades comprensibles que se puedan compartir, una experiencia que le resulta tan habitual, tan natural y de algún modo, irreductible, imposible de compartir como tal. Poesía eres tú –se responde y vuelve a reír– creativo Bécquer –piensa–, su respuesta es lo suficientemente amplia como para evocar a su vez millones de posibles respuestas en el lector: como una invitación a viajar; ¿a Ítaca? –se pregunta con rostro de afirmación–. Y quizá Bécquer tiene razón: la poesía puede no ser más que una invitación a evocar, a “emparejarse”, a abrir un espacio, a darle un lugar a la emoción, porque eso de que “poesía eres tú” genera emoción, junto con el misterio: ¿sería bella esa mujer?, o ¿qué sintió ella con la respuesta de Bécquer? por ejemplo. Y recuerda la intensidad de sus enamoramientos, ese “cosquilleo en la guata” que tantas veces sintió y que ha seguido sintiendo. La poesía se encuentra –como bien lo sabe el poeta– también y quizá con mucha más presencia –tal como lo muestra la poco saturada respuesta de Bécquer a su interrogadora–, precisamente en lo que no está dicho, o lo que está dicho sin ser dicho, aquello que las palabras evocan, la invitación a viajar.
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Interpretarle a un paciente –piensa la psicoanalista– precisamente es descubrir un misterio; pero lo misterioso no termina ahí, porque luego de encontrar un significado viene otro misterio, y otro y otro y otro más; como que el psicoanálisis transitara por un camino infinito de revelaciones, como que siempre hubiera un “algo más” que no se puede alcanzar ¿el misterio del interior y del contenido del cuerpo de la madre? –se pregunta, evocando la hipótesis de Melanie Klein y de autores post kleinianos que consiste en que a todo bebé normal le intrigaría saber qué contiene el interior del cuerpo de la mamá– Puede ser –se responde sin tener certeza total– Es como el misterio de emparejarse, de estar enamorado de otra persona que no es una misma –piensa–, por más que quisiéramos que fuera una misma. Hay algo ilusorio aquí: nos vivimos a través del otro, como que el otro fuera una misma, aunque por otra parte sabemos que no es así. Esa comunicación profunda se da también entre un paciente y su analista, y vuelve a preguntarse: ¿es eso poesía: el misterio, lo que evoca una interpretación?
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Poesía eres tú –vuelve a repetirse el poeta– y ve que ya es la hora de –se percata de que “alguien” en su interior le pide– su café. Quizá después pueda sentarse a tratar de escribir sobre poesía y psicoanálisis aunque no sabe qué saldrá de ahí. Piensa que el león y la gacela tienen el pelaje del mismo color beige.
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La psicoanalista se da cuenta que, desde las descripciones de Freud sobre el inconsciente, se podría pensar que en ambas situaciones –psicoanalítica y poética, por decirlo así– hay una intensa conexión, un intenso tránsito entre lo que este autor llamó “representaciones cosa” –los registros inconscientes de las experiencias– que trasciende fluidamente hacia las “representaciones palabra” –agregados que dan nombre a las representaciones cosa pero ya en el preconsciente y consciente– , como quien diría que fácilmente se puede andar de ida y vuelta entre los registros más tempranos, más básicos como el olor de la mamá, su tono de voz particular, la sensación de ser tomado en brazos, y los registros que se incorporaron más tarde en el desarrollo, de las palabras como tales (por ejemplo para las sensaciones recién señaladas, las palabras “madre”, “pecho”, “voz”, “arrullo”, “mecer”, “abrazo”) y se lanza a escribir:
“Poesía y psicoanálisis parecen tener muchos más puntos en común de lo que parecería en una primera aproximación, y no sólo porque la primera haya nutrido al segundo, desde Freud, sino en la forma, el modo de funcionamiento de la mente tanto entre el/la psicoanalista y su paciente cuando surge una interpretación, como en el/la poeta cuando se conecta con las sensaciones que, traducidas a imágenes, comienzan a buscar las palabras que le permitirán trascender al lector; ambas –interpretación y creación poética– se configuran como una invitación a evocar, una propuesta de viaje al inconsciente y, en este sentido, facilitan el tránsito por las emociones más profundas”.
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El poeta, mientras desde adentro del envase que contiene el cerro de café molido saca unas cucharadas para preparar su brebaje, se acuerda de un cobertor de tonos beige o dorados –no recuerda bien– del diván de su analista –mujer– muchos años ha, que a su vez le evocaba –tal como le evocó recién– una chaqueta de cuero de color café claro que a él le encantaba, y que usaba su madre cuando él era niño, como la piel de una gacela –piensa– e inmediatamente, en penumbras, se le presenta el papá junto a la mamá vestida con esa chaqueta, despidiéndose de él, diciéndole que partían a una reunión al Club de Leones, que se portara bien. Lo sobrecoge la indescriptible emoción de que ellos, ambos, su padre con su madre, lo engendraron a él y a todos sus hermanos, y le surgen unos versos que parte inmediatamente a registrar:
“En qué me convierto cuando viajo por tu cuerpo, poesía,
¿acaso en un dorado trigo que suspira para hallar en tu brisa mi sosiego, como dos pupilas que se encuentran y se despiden a la vez?”
La psicoanalista encontró la inspiración para su ensayo en la misma fuente donde el poeta encontró la inspiración para su poema.
Nicolás Correa Hidalgo
Psicoanalista
Asociación Psicoanalítica Chilena
Noviembre 2024