Nace en Birmingham, el 7 de marzo 1917 y muere en Londres, el 4 de Abril 2013.
A veces los maestros dicen más por su personalidad que por su saber. Pero Betty poseía ambas cosas, y ellas despertaron mi curiosidad, así como creo que la de la mayoría de las personas que la conocieron.
Por ejemplo, la de mi amiga Mabel Silva -chilena y psicoanalista que vive en Barcelona- quién asistiera a sus honras fúnebres y me transmitiera las siguientes palabras:
“El viernes pasado fuimos al funeral de Betty Joseph; fue conmovedor. Había gente de toda Europa; habló su sobrino, Michael Feldman, Anne Alvarez y su marido, su sobrina nieta. Tocaron una música preciosa. Es triste que ya no esté con nosotros.”
“Del tiempo que compartí con ella resaltaría, además de las líneas que encontrarás más abajo, su capacidad de estar contigo atenta a ti, con memoria de lo compartido, afectuosa y siempre muy objetiva; como diciendo que la mejor amistad es aquella donde se puede expresar la verdad con transparencia.”
“Me admiraba el verla absolutamente al día de lo que ocurría en el mundo, hasta en su última visita a Barcelona el 2010, cuando la iba a recoger al hotel a las 8.45 de la mañana, y había escuchado las noticias y tenía una opinión sobre ellas.”
“Durante las supervisiones con nuestro grupo, escuchaba con atención, y primero daba una visión global de cómo ella veía al paciente, para luego centrarse en la sesión, comentando el momento transferencial/contratransferencial con precisión al compañero que presentaba, (quién) se sentía entendido y sorprendido de escuchar su comprensión tan detallada de lo que había ocurrido. Escuchaba la intervención de los analistas allí presentes y solía mostrar su acuerdo o desacuerdo, y explicarlo.”
“Sabía ser alegre y disfrutaba de sus frecuentes visitas al teatro, de la música y de la amistad de sus colegas y de su familia. Siempre la sentí una mujer tremendamente independiente y libre; su objetividad venía de esa independencia en el pensar, creo yo. A la vez parecía muy comprometida con los que estimaba y tenía detalles cariñosos”.
Estas son otras palabras que me hicieron llegar los participantes de su grupo de supervisión cuando estaba enferma:
“Después que se supo del estado de salud de Mrs. Joseph, los colegas que se han supervisado con ella por muchos años, han expresado emocionantes palabras deseando enviarle todo el cariño y afecto que cada uno de nosotros sentía por ella. Cada colega ha resaltado alguna característica de su personalidad que para él/ella era más significativa. Cada uno de ellos se siente en deuda con ella por los conceptos teóricos y clínicos que nos enseñó, su refinada manera de tratar el material clínico del paciente, su inteligencia, su manera fácil de explicar lo complejo, su calma y total atención al escuchar, su cálida y tierna manera de tratarnos y finalmente, su sensibilidad para llegar al centro del sufrimiento del paciente y de nuestro sufrimiento. Todos la queremos y la admiramos por la fuerza con la que enfrenta las dificultades de la relación con el paciente y hoy su enfermedad.”
Para mí, que la conocí principalmente en Congresos y en una supervisión colectiva que realizara en Santiago (cuando vino a conocer Chile después del congreso de 1991 en Buenos Aires), a través de sus libros y de trabajos no publicados, que enviaba con Ruth Riesenberg o traía Ximena Artaza, lo que me llamó la atención y, tal vez lo mas interesante de su personalidad, fuera un entusiasmo, una pasión o una genuina convicción, de que el psicoanálisis descubrió algo fundamentalmente verdadero sobre el ser humano y sus procesos mentales -se bromeaba que ella era especialista en difundir el pensamiento kleiniano a colegas escépticos. Así también la idea de que el psicoanalista se desarrolla, no se hace de la noche a la mañana. “Tal vez algunos nacen (psicoanalistas), pero no es mi caso”, decía ella.
Sus comienzos son peculiares. Ella pensó incluso en renunciar al psicoanálisis porque sentía que no tenía los talentos necesarios. Luego entendía y hacía eco con los analistas jóvenes; no olvidaba sus propios comienzos y relataba que en ella hubo una clara evolución desde ser una mala analista a ser una suficientemente buena.
Cuando fue aceptada como psicoanalista, le escribió al comité que no se consideraba lista todavía y que incluso pensaba renunciar. Elizabeth Spillius le recomendó esperar y ella decidió reanalizarse con P. Heimann, tomar supervisiones con Klein y con miembros de ese grupo. Se recibe el año 49 y solo a partir de los años 70s, siente más confianza en su trabajo y que entiende más profundamente la teoría Kleiniana y el modelo de la identificación proyectiva. Comienza a darse cuenta de su manera particular de utilizar la técnica, de que había desarrollado directamente esto con las ideas de Klein, pero con una elaboración personal, a partir de su experiencia en la sesión analítica. En los comienzos de su trabajo sentía la insatisfacción de no contactar al paciente, de no encontrar la transferencia, ni el inconsciente.
Le preocupaba el cómo llegar al paciente o a la parte del paciente que estaba en condiciones de responder emocionalmente. Para ello trataba de reconocer lo que estaba ocurriendo en ella; monitoreaba su propia realidad psíquica y su contratransferencia en sentido amplio, las actuaciones del paciente y las del analista en la sesión y, a partir de ello, iba entendiendo mas finamente y conceptualizando los movimientos que suceden en sesión, entre paciente y analista, como lo haría una bailarina avezada que se mueve con agilidad interpretando la música de la sesión. Desarrolló la idea del “aquí”, referido a lo que está pasando en sesión, entre los dos participantes, y como eso puede representar otro espacio psíquico, como por ejemplo, el cuerpo de la madre, un lugar que está lleno de hermanos rivales, o representar un “no lugar”. El “ahora” de la sesión, lo refirió al concepto de tiempo, que puede ser el tiempo presente, pero también el pasado y él futuro, o un “no tiempo”, una atemporalidad que entremezcla la realidad material y la realidad psíquica de las fantasías que van y vienen, a la manera de los sueños, con múltiples condensaciones y desplazamientos.
Tempranamente se preocupó del cambio psíquico y de la importancia de entender el equilibrio psíquico del paciente, es decir, la necesidad de respetar sus defensas, entender el por qué del sistema defensivo y, poder comprender de qué dolor, ansiedad o vacío se protege. En un nivel consciente, el paciente viene a análisis porque busca un cambio, pero su sistema defensivo se lo impide. La tarea de analista y paciente, es la de buscar el por qué de esta situación, y la presión desde el propio analista y desde el paciente para incluirse en un sistema en que todo siga igual, resulta de enorme valor para que el paciente pueda experimentar en vivo, junto al analista, aquel engranaje.
Otra inquietud constante que tuvo Betty Joseph fue el estado mental con el que trabajamos, así como nuestra actitud ética. Ella ha sido considerada por algunos como una representante del “psicoanálisis del analista”. Se pregunta: ¿cuándo, una pequeña actuación del analista, puede considerarse como “normal” en la técnica, cuándo es en realidad un error técnico, o cuándo entramos en una transgresión de límites? ¿De qué manera nuestros prejuicios o juicios de valor influyen en nuestra escucha? ¿Hasta dónde estamos influyendo para que el paciente piense o elija como el analista inconscientemente desea? La técnica analítica nos dice que nuestro trabajo consiste en que el paciente encuentre su propia mente y su propio camino, evitando la sugestión. Otro punto difícil de pensar para el analista son los honorarios que fijamos a nuestros analizados. ¿Qué sería lo razonable como retribución de nuestro trabajo? ¿Hasta donde puede predominar una voracidad del analista o una sobrevaloración de sí mismo? Lo contrario también es problemático, ¿no subimos el arancel para no despertar la ira del analizado, para evitar el conflicto, o porque inconscientemente, desvalorizamos el análisis al igual que el analizado? Ella se hace estas preguntas y otras más a lo largo de su carrera, y compartiendo sus inquietudes con colegas, buscaba cuidar y mejorar nuestros conocimientos.
Betty tuvo una larga carrera profesional y participó en un grupo de estudio de casos clínicos desde los años 60 hasta poco antes de su muerte. De ahí surgieron analistas como Feldman, Britton, Steiner, Agnès Sodre y otros.
Es descrita como una generosa anfitriona y amiga; también una querida tía y tía abuela. No se casó y no tuvo hijos, pero estuvo cerca de jóvenes y niños. Fue la segunda hija de una familia judía no religiosa; su padre fue un ingeniero eléctrico. Ella era chispeante e ingeniosa, y para algunos, hizo del vivir sola, un arte. Había algo en su casa y estilo que evocaba otra época; su amigo y crítico Al Álvarez recuerda con cariño las comidas que servía: “Era de una cocina anglo- judía- Eduardiana- francesa: grueso bife, kidney pie, sopa de anguila y summer pudding.”
Su inteligencia, agudeza, el no trabajarle a la autocompasión y su interés por entender la madera de la humanidad en sus aspectos no derechos, torcidos (the crooked timber) la hacían una persona que causaba fuerte impresión, comenta Daniel Pick.
Llega al psicoanálisis como trabajadora social psiquiátrica, pero ya en ese período consideraba que una trabajadora social debía analizarse. Inicia su análisis en Manchester, con Michel Balint que ejercía en esa ciudad. Después de estudiar y trabajar brevemente en el London School of Economics, se consagra por entero a formarse como analista a partir de una invitación de Susan Isaac, y se pone a leer los escritos de Klein. Trabajó durante la guerra en la Defensa Civil, en un programa de niños evacuados por la guerra; allí relata que aprende de los errores que resultan al separar a aquellos niños de sus padres. Trabaja también en una unidad de neonatología y maternidad, en que se atendía a las madres en sus dificultades. En 1945, inicia su formación psicoanalítica en Londres, donde se traslada cuando se traslada su analista, M. Balint, y se supervisa con Joan Rivière, Susan Isaacs y Ella Sharpe. Conoce personalmente a M. Klein, y en los años 50, participa en un grupo donde Klein desarrollaba sus ideas. Relata que allí había espacio para que cada uno desarrollara su propia mente.
Al terminar esta semblanza no puedo dejar de pensar en un poema de Emily Brontë.
¡Cuántos se han ido ya, entre los que más me interesaron!
Marcela Fuentes