Un intento de respuesta desde la canción “El álbum de fotos”, del grupo Congreso
Nicolás Correa 2024
Muchas veces resulta difícil saber por qué a uno le gusta una canción. Generalmente se piensa en las evocaciones que despierta, en lo que uno vivía cuando la escuchó por primera vez y las veces sucesivas, es decir en los recuerdos asociados. Hablamos entonces de una dimensión consciente que se puede asociar fácilmente a imágenes “sueltas” por decirlo de algún modo, pero que, sin embargo, bien pudieran ser la expresión de un proceso emocional más complejo en quien escucha, como respuesta o en comunicación con quien o con quienes interpretan el tema.
Los sonidos –como los olores– parecen activar huellas emocionales profundas, por lo tanto, también inconscientes, que de algún modo nos unen a nuestros semejantes, estableciendo un puente entre quien escucha y quien canta, así como con quien ejecuta un instrumento, pero también entre los asistentes a la presentación en vivo de la pieza musical –el público con los artistas y entre sí–.
Si la canción es de gusto masivo podemos pensar que retrata, remite, traduce, reproduce entonces una experiencia universal con sus dimensiones conscientes e inconscientes, que los autores e intérpretes transmiten para ser evocadas en quienes asisten a su expresión.
Y tal vez lo más universal sea amar a un otro, con todas las vicisitudes que conlleva, dentro de las cuales las dificultades resaltan como fuente de inspiración, como quien diría el desamor, constituyendo el dolor una potente
emoción que moviliza con fuerza a los seres humanos hacia su expresión, para ser compartido en piezas musicales.
Da la impresión que, especialmente en el vasto cancionero popular, las expresiones vinculadas al dolor suelen expresarse principalmente de dos maneras: sea como un llanto sin consuelo –la tragedia en su más pura expresión, diríamos– o bien como el triunfo sobre la adversidad: nos amaremos a pesar de la muerte, te amaré aunque estés con otra/otro o bien ya no te necesito, no me importas, encontré a otra/otro, etc.; modalidades que retratan dos formas de funcionamiento: sumirse en el dolor y quedar destruído/a, por una parte, o por la otra, apelar a una fantasía mágica omnipotente, y por lo tanto, en mucho irreal.
Ambas alternativas (sumirse en el sufrimiento o saltárselo mágicamente) dejan fuera la posibilidad de tolerar el dolor por lo que no se tiene o no se tuvo (lo perdido) de un modo que implique poder hacer algo positivo con esa experiencia, tal como ocuparla para una suerte de síntesis de lo ocurrido, que facilite dejar ir lo perdido y traiga aparejado un crecimiento interior, que a su vez permita sobrellevar de mejor manera las próximas nuevas situaciones similares que inevitablemente nos deparará la vida. Ambas posibilidades tienen algo de “engañoso”, de “tramposo”, en el sentido que tanto el sufriente como el negador se mantienen unidos a lo que ya no se tiene: la ausencia, lo perdido permanece ilusoriamente presente a través precisamente del sufrimiento inextinguible en el primer caso o a través de la negación de su alejamiento o su desvalorización en el segundo caso.
Ambas alternativas surgen –podemos pensar entonces– debido a la dificultad para padecer, es decir para soportar el tránsito por el sufrimiento que ocasiona darse cuenta que ya no se tiene aquello querido o deseado. Estamos hablando de la capacidad o incapacidad para tolerar el duelo.
Por lo tanto, se trata de una experiencia mucho más amplia, más general, más universal que (solamente) amar (o perder un amor): el proceso de duelo, el padecimiento por una pérdida, un conflicto psicológico con una búsqueda de solución, con una forma de tratar de entenderse con él, que podría implicar las dos alternativas descritas o una tercera que no necesariamente lleve a quedarse sufriendo para siempre pero tampoco a salir mágicamente del dolor.
En síntesis, un tema musical inspirado en la pérdida de un amor podría transmitir estas tres posibilidades para tratar de entenderse con el dolor, siendo al parecer menos frecuente hallar temas que transmitan la tercera, o sea que emocionalmente transcurran por la finura de los matices que se viven en las dificultades con un amor, que compartan el padecimiento, pero accediendo a un resultado esperanzador sin quedarse pegados en el sufrimiento ni tampoco desmintiéndolo.
Podemos plantear entonces, que el gusto del oyente puede tener que ver con cuánto le resuene la modalidad expresada por el autor e intérprete para entenderse con su propio sufrimiento, es decir cuánto se identifique el auditor/espectador con la modalidad transmitida para enfrentar el duelo.
Desde esta perspectiva, la tercera forma correspondería a lo que podemos llamar elaboración del duelo a diferencia de la “solución melancólica” (quedarse pegado en el dolor) y de la “solución maníaca” (triunfar ilusoriamente sobre el dolor y sobre quien lo provoca, desmintiendo una parte importante de la experiencia emocional).
Lo amplio, general, universal del duelo tiene que ver con que es una experiencia ubicua en la vida, inherente a la existencia: no estamos en duelo solamente cuando perdemos un amor o cuando muere un ser querido,
también cuando salimos de la casa al trabajo, cuando nos despedimos de alguien, cuando empezamos a tomar un café y cuando dejamos de tomarlo, en cada sorbo perdemos algo: un estado anterior queda atrás, lo que elicita sentimientos vinculados a una pérdida. Cada vez que perdemos algo, por mínimo que sea, se genera un dolor y cómo tramitemos ese dolor es el proceso de duelo, llamado así por su consustancial sufrimiento, que podemos elaborar o no elaborar, “defendiéndonos” a través de la (aparente) “solución” melancólica o maníaca.
Incluso el hecho de pensar requiere enfrentar sentimientos dolorosos, por lo que queda atrás, por lo que ya no es, por lo que no pudo ser, al menos, por ejemplo, cuando se transita de una idea a otra. Y esto que puede parecer tan raro, es tan importante que incluso se plantea que las dificultades para pensar que se presentan en algunas personas o que todos podemos tener en algún momento, podrían tener que ver con alteraciones en estos procesos emocionales que están a la base, entiéndase con limitaciones para tolerar los sentimientos de duelo. Entramos aquí en el (fascinante) terreno compartido entre –diríamos– el pensamiento y la emoción.
Un tema musical que transmita la elaboración de un duelo, por lo tanto, ofrecerá a quienes reciban el mensaje, la posibilidad de acceder a una experiencia emocional mucho más amplia y más completa, más allá de sus gustos vinculados a la propia manera de enfrentar las pérdidas por parte del oyente; experiencia emocional -la elaboración del duelo- que podría a su vez aumentar su repertorio de posibilidades de respuesta, ampliar la versatilidad para enfrentar duelos futuros, y esa experiencia “ampliada” (a diferencia de sólo sufrir o de negar el dolor) pudiera ser la que genera la satisfacción vivida como un goce estético particular, que a su vez reconecta con la esperanza a pesar de la desolación sentida ante la pérdida.
“El álbum de fotos”
Es un tema del grupo Congreso (en Luz de Flash, 2022) sobre cuya letra (Pancho Sazo) centraremos nuestro análisis, aunque la música (Tilo González) es indisoluble con los versos para transmitir el mensaje que, de esta manera, llega por múltiples vías sensoriales a la persona del receptor.
Ya el título nos ubica en un escenario de imágenes del recuerdo, es decir que la propuesta es -de partida- a dejarse llevar por evocaciones.
Luego de una magistral introducción musical en la que la batería, a través de suavizados platillos, cobra la relevancia de mantener a lo largo del tema una cadencia como los latidos de la vida, se despliega el canto:
Se desvaneció del álbum de fotos
esa fotografía en la que te reías del amor.
Me queda el papel de bordes picados
hoy testigo mudo, suelo evaporado que partió.
Y tiembla el fulgor del tiempo imposible
tu figura ausente ahora me persigue y no estás.
Se esfuma el color de tu imagen mía todos los colores huyen hacia el blanco luz de flash.
Te vi, te amé, un día más perdí, gané,
vuelvo a soñar.
Te vine a buscar del centro del siglo no puedo olvidar este amor primero, se veló.
Te vi, te amé, un día más perdí la fe
vuelvo a soñar.
Me lo dijo el mar que la luna guarda
las fotos perdidas que nadie lloraba. Soledad.
En base a los planteamientos previos, podríamos hacer una lectura preliminar, hipotética y de ningún modo exclusiva ni excluyente, como sigue:
El hablante visita sus registros emocionales (en el álbum de fotos) y se percata que hay alguien que ya no está (se desvaneció) pero a la vez se da cuenta que algo quedó de esa experiencia (los bordes picados del papel), que ahora vive como que se disipa (el suelo evaporado que partió), es decir que reconoce y de algún modo revive la pérdida, lo que hace tambalear la brillantez que contenía (tiembla el fulgor), percatándose que ello es irrecuperable (el tiempo imposible), transformándose ésta en una figura persecutoria a pesar de que físicamente no está presente, por lo tanto lo que el hablante está sintiendo es algo propio: se da cuenta que lo que está viviendo ahora con esa figura que se aleja está realmente en su interior (se esfuma el color de tu imagen mía) y dentro de eso, que la brillantez que encandila (luz de flash), absorbe los matices (los colores que huyen hacia el blanco): todo parece perderse.
Sin embargo, al tener esta nueva experiencia con sus evocaciones, revisita lo vivido en su momento con aquella figura ((ahora) te vi (te veo), te amé (te amo), un día más (de nuevo)), evaluando que quedan aspectos negativos pero también positivos (perdí, gané) y que puede volver a dichas evocaciones porque son propias, volver a soñar, volver “a buscar” desde una posición más centrada (el centro del siglo) o quizá más madura, a esas primeras experiencias (el amor primero) que por tan intensamente expuestas se desfiguraron hacia borrarse (se veló), necesitando repetirse esta
observación (como un estribillo) para darse cuenta que dejó de creer (perdí la fe), que dejó de estar encandilado, para al final aceptar que en alguna parte se encuentra lo que se creía perdido (la luna guarda) aquello sobre lo que quizás no podía llorar (nadie lloraba).
En la pieza musical se asiste al doloroso tránsito por la evidencia de una pérdida, pero que no es vivida desde lo melancólico ni desde lo maníaco, sino a través de la elaboración del duelo, reconocido como un proceso personal que permite conservar aquello perdido (dentro de uno) reconociendo lo positivo y lo negativo que dejó, con la flexibilidad suficiente de volver a transitar por estas emociones, de poder (ahora sí) llorar su pérdida.
Hilando más fino, podríamos profundizar el análisis agregando que el protagonista renuncia al encandilamiento que genera lo que aquí llamamos “solución maníaca”, representado metafóricamente por la “luz de flash”, la idealización de quien estaba en la fotografía; idealización que se va velando en el proceso de darse cuenta de ese encandilamiento, cuya renuncia incluso quizás sea lo que gatilla el que se desvaneciera dicha imagen, como que el cantor dijera algo así como “me di cuenta que te idealicé luego de percatarme que te reías (te burlabas) del amor”; y burlarse del amor equivale a desvalorizar la relación de pareja, a ensimismarse tanto, que el otro resulta prácticamente despreciado: no es posible emparejarse genuinamente en la idealización (tiembla el fulgor del tiempo imposible), por lo que no cabe más que renunciar a ésta, optando entonces por hacer el camino del duelo para construir (reconstruir) una completa (verdadera) relación de pareja, representada en la letra de la canción, por el mar (como un padre) que emparejado con la (madre) luna, sabe que ella puede guardar los recuerdos de lo perdido sobre los que se puede llorar.
El protagonista pierde con gran dolor a su pareja idealizada y reconstruye dentro de sí a una verdadera pareja en la que uno (el padre mar) puede reconocer la capacidad del otro (la madre luna) para contener el dolor de lo perdido, elaborando así el duelo.
Pudiera tratarse del relato de una experiencia emocional, un duelo, en al menos tres dimensiones: una que pudiéramos llamar de la realidad externa, es decir que se trate “realmente” de la pérdida de un amor (una persona con nombres y apellidos) que se burlaba a su vez de la posibilidad de amar; una segunda dimensión en la que más allá de cómo fue en la “realidad” esa persona, el cantor se da cuenta que él la idealizó, por lo tanto lo perdido es precisamente esa idealización de aquella figura en la “realidad interna” del protagonista; y por último, más allá de la figura “real” (externa, que decepcionó) y más allá de cómo fue vivida por el cantor (idealizada), pudiera ser que el protagonista se diera cuenta de su propia tendencia a idealizar, y que sea en verdad el abandono de esa tendencia a idealizar lo que provoca dolor, gatillando el proceso de duelo que nos es transmitido.
“Soledad”, como palabra final, quizá represente el estado emocional de quien ha vivido el proceso de duelo, en su doble cara: queda solo porque ya no tiene aquello o a quien sentía propio y a la vez, declara su opuesto como esperanza, ya que quien enuncia soledad invita, indefectiblemente, a pensar en compañía.
A modo de conclusión, invitando a oír las emociones más profundas.
Lo aquí planteado naturalmente está muy lejos de la experiencia propiamente tal que se genera al escuchar el tema y no tiene otra pretensión que aportar algunas hipótesis para tratar de entender el goce estético que produce.
Un tema musical con lo que transmite evoca, genera, reproduce una experiencia emocional que, desde la perspectiva del proceso de duelo, de las reacciones ante una pérdida, podría implicar la predominancia de uno de tres modos de funcionamiento que son en mucho inconscientes: sumirse en el dolor por lo que ya no se tiene (melancolía), desmentir la situación, ya sea con una fantasía omnipotente de que el hecho no ocurrió o de descalificación de lo perdido (manía) o bien una tercera posibilidad que tiene el costo de pasar por el sufrimiento a través de la pérdida, evaluando lo negativo que se vivió pero también la ganancia de rescatar lo valioso que queda en uno de aquella experiencia, es decir que con la pérdida no se destruyó todo, lo que se fue no se llevó todo de uno mismo; en el texto, a pesar de “perder”, de perder incluso la fe, el hablante ganó y puede volver a soñar, lo que implica una mayor profundidad y flexibilidad emocionales, aportando más recursos para enfrentar futuras situaciones similares.
El oyente podría identificarse con uno u otro de estos modos dependiendo de su propio funcionamiento predominante, y por eso gustarle determinados temas (más sufridos o más triunfantes, por ejemplo), pero un tema que transmita la experiencia de un duelo elaborado ofrece la oportunidad de ampliar la experiencia emocional de sus auditores (espectadores), haciéndola mucho más completa, abarcando situaciones del mundo externo (la persona perdida) así como sentidos procesos en el mundo interno en relación con la realidad (darse cuenta que uno idealizó a esa persona), pero también en la estructuración más profunda de su psiquismo (pudiendo renunciar a la propia tendencia a idealizar), como a nuestro juicio ocurre con “El álbum de fotos”, cuyos versos tomamos como material de análisis para sustentar nuestras hipótesis, quedando abierto el enorme campo de vivenciar lo planteado en la sublime conjunción de letra y música.