Por Juan Dittborn Santa Cruz
Los acontecimientos nacionales en los que hemos estado inmersos en estos últimos tiempos, en particular las características de la trágica muerte de Sebastián Piñera, trajeron a mi memoria al escritor galo Antoine de Saint-Exupéry.
¿En razón de que alguien podría establecer una tal extraña conexión? ¿Cómo un genio de la literatura universal podría ponerse al lado de un ex presidente de la república, además situado del lado derecho, ciudadano de un pequeño país a penas visible al final del mundo? Si aparecen estas ideas en el lector, el humilde escrito que viene se estrellaría violentamente contra el agua, al igual que lo que aconteció con la nave de ambos: Uno en el lago Ranco, el otro en el mar Mediterráneo.
Afirman los psicoanalistas, que las actividades de los seres humanos están conducidas, en última instancia, por dos fuerzas poderosas que comandan la personalidad. Las denominaron pulsiones de vida (Eros) y pulsiones de muerte (Tanatos). La primera de ellas se manifiesta, principalmente, a través del amor y sus diversas expresiones, particularmente la creatividad en sus diversas facetas. La segunda, tiene como motor fundamental la agresión destructiva, aquella que no discrimina, que es ciega, irracional, y cuyo objetivo es la muerte como finalidad, incluido el propio sujeto que la contiene, por supuesto.
Así, y observando los severos conflictos bélicos en que nuestro querido planeta tierra se encuentra permanentemente envuelto, vuelve a surgir en todos nosotros la pregunta que ya se formuló Freud en el año 1939. ¿Alguna de las dos fuerzas que acabamos de mencionar terminará triunfando sobre la otra?
Desde este pequeño y reducido marco, solicito leer lo que brevemente reflexiono a continuación, poniendo entre paréntesis los juicios y prejuicios, realizando lo que la filosofía denominó una Epoché.
Saint-Exupéry fue, desde que la edad se lo permitió, antes que nada, un avezado y atrevido piloto. Los aviones, el pilotaje, el vuelo, de día y de noche, se constituyeron en el centro de su vida, en su razón de vivir. También en su razón de morir. Fue, con creces, piloto antes que escritor. Otra cosa es evaluar su legado desde puntos de vista ajenos a lo que el consideró su verdadera pasión.
El apego por su oficio contenía, eso sí, ciertas particularidades en relación a la función del pilotaje. Aspiraba, con un cierto sentimiento de elación, romper los límites de lo que sus superiores le exigían y el sentido común recomendaba. Todo esto respetando lo legalmente establecido.
Vivió mucho tiempo en Sudamérica. Adoraba Punta Arenas en Chile, y solía llevar el correo postal desde dicha ciudad hasta Buenos Aires, en avión por supuesto.
Pues bien, si dicha ruta exigía hacer, por ejemplo, seis escalas en el recorrido, para nuestro piloto, constituía un gozoso triunfo personal, y probablemente también un avance- según su propia evaluación- para el futuro de la aviación destinada a transportar el correo, hacerlo en cinco o cuatro. Todo esto en aviones construidos en la década del treinta. Debió realizar, en razón de esta forma de ejecutar su trabajo, varios aterrizajes forzosos que lo dejaron con importantes secuelas en su estado físico.
El accidente más grave, lo tuvo en el desierto del Sahara, lugar en el que se estrelló con violencia contra la arena junto con su copiloto y amigo Prévot. Estuvo más de cinco días deambulando por el árido e inhóspito terreno a punto de perecer, acompañado por un cúmulo de espejismos que se fueron dejando caer a medida que la sed lo empezaba a carcomer. Es probable que en uno de ellos haya aparecido ante sus ojos aquel pequeño niño vestido como príncipe, realizándole una inocente y candorosa petición: ¿“Puedes dibujarme un cordero”? Es el primer contacto que el autor nos da a conocer, en su posterior novela, entre el aviador caído y el pequeño príncipe.
Un profundo amor por los niños yacía en él, en lo subterráneo, oculto tras el sabor del peligro. De hecho no tuvo hijos, tampoco nietos que quizás pudiesen haber contribuido a romper el falso placer que otorga el vértigo suicida. Por lo demás, los nietos no pueden comprometerse ni garantizar nada.
Provenía de una familia aristocrática francesa. Se casó con Consuelo Suncín-Sandoval de nacionalidad Salvadoreña/Francesa, mujer poseedora de una gran fortuna. Podríamos afirmar, entonces, que Saint-Exupéry era también un hombre rico.
No obstante, dicha riqueza material, no le bastó para acomodarse plácidamente frente al escritorio, escribiendo novelas con tranquilidad en tierra segura, ni tampoco cesó en su tarea de acortar los tiempos de vuelo, recorriendo los lugares a los que debía dirigirse, en un medio de transporte que fuese seguro, un auto, por ejemplo: No, algún tipo de tedio lo acosaba en dichas situaciones, y parecía verse impelido, de manera acelerada, impulsiva, compulsiva, a embarcarse en la consecución de alguna tarea y meta, sin evaluar con cierto criterio de realidad, los medios para conseguirlas. Muchas veces, la presencia de la muerte yacía semi-oculta tras ellos. Para los demás, no para él.
Habiéndose repuesto del trágico percance en el desierto, continuó piloteando hasta que debió abandonar esta labor por exigencias legales relacionadas con la edad. No es que de motu propio hubiese decidido con realismo, que no era aconsejable hacerlo ya que con el paso del tiempo, los reflejos, la fuerza, las capacidades de reacción, la fisiología del cuerpo humano, en general merman.
Pasaron unos años, se desencadenó la segunda guerra mundial. Por supuesto encabezó la fila de voluntarios, que ofrecieron su experticia de piloto arriesgado, sin evaluar el natural declive que acabamos de mencionar. En aras de las necesidades de la guerra, fue reclutado por el ejército aliado con la finalidad de efectuar vuelos de rastreo y reconocimiento destinados a la ubicación del ejercito enemigo. Por su edad hubiese sido recomendable que no lo hiciese. La cautela perdía en él fácilmente su sentido, deviniendo en una osadía conducida por un sentimiento de triunfo que se obtendría al final del camino.
Amaba volar de noche, particularmente cuando la oscuridad era completa y no era posible distinguir donde estaba el arriba, donde estaba el abajo, donde la izquierda, donde la derecha. Desapareció volando sobre el mediterráneo en su avión Lighton P-38. No se supo más de él hasta el año 2003, cuando pescadores desprevenidos encontraron restos de un miembro humano disecado por el paso del tiempo, en torno al cual había una pulsera que tenía grabado su nombre junto al de la esposa.
¿Que nos quedó finalmente de este hombre? Por de pronto, una obra maestra El principito, uno de los libros más leídos de la literatura universal, portador de una belleza y sabiduría inconmensurables, expresión casi pura de la pulsión de vida, del amor. No obstante, su contendora, nuestra pulsión de muerte acechó permanentemente, y en cierto sentido, también triunfó.